Ser padre soltero no estaba en mis planes (bueno, imagino que en la de ninguno que se haya encontrado de sopetón con esta situación). Pero mucho menos lo estaba con un niño tan pequeño y lleno de energía como el mío. Pero las cosas no siempre salen como uno espera. Mi mujer decidió marcharse con otro cuando nuestro hijo tenía apenas cuatro años, y, desde entonces, me ha tocado hacer de todo: cocinar, peinar, ir a reuniones del cole, quitar mocos, leer cuentos, poner lavadoras, dar mimos… y, entre todo eso, enseñarle a cepillarse los dientes.
Sí, ya sé que a simple vista parece una tontería. ¿Qué tan difícil puede ser enseñarle a un niño a lavarse los dientes? Pues más de lo que pensaba, si os soy sincero. Pero después de mucho ensayo y error, he aprendido unos cuantos trucos que hoy me apetece compartir.
No soy dentista, ni pedagogo, ni experto en crianza. Solo soy un padre que intenta hacerlo lo mejor posible con lo que tiene.
Empezamos mal, pero fuimos aprendiendo
Al principio, cuando todavía éramos tres en casa, lo del cepillado se lo tomaba un poco a broma. Le poníamos el cepillo en la boca como si fuera un juego, y ya. Cuando mi mujer se fue, me tocó a mí asumir el papel de todo, y ahí me di cuenta de que mi hijo no tenía ni idea de cómo cepillarse bien… y que eso podía provocarle caries. También descubrí que, aunque sean temporales, también hay que cuidar los dientes de leche porque tienen que durarle hasta que se caigan, así que cuidarlos ees importante.
Lo intenté a lo bruto. “Venga, lávate los dientes, que hay que hacerlo”, le decía yo, medio cansado, medio enfadado. Y claro, no funcionaba. A los cinco minutos estábamos los dos frustrados: él con la pasta de dientes en la oreja y yo con ganas de esconderme en el baño.
Así que me dije: si quiero que entienda la importancia de cuidarse la boca, tengo que hacerlo de otra manera. A su ritmo. Con sus ojos. Como lo haría un niño de cinco años.
Con cuentos, todo entra mejor
Una noche, mientras buscábamos un cuento para dormir, se me ocurrió mezclar las cosas. Inventé una historia sobre una muela valiente que vivía en una boca muy limpia, pero que tenía que luchar contra los “bichitos del azúcar”. Se lo conté con voz misteriosa, con efectos de sonido, con nombres absurdos como “Capitán Caries” y “Sir Placa Pegajosa”.
Le encantó. Tanto, que me pidió el cuento varias noches seguidas. Y yo lo fui mejorando. Cada vez aparecían nuevos personajes: la princesa Hilo Dental, el dragón Cepillo Eléctrico, y el sabio enjuague bucal que hablaba como un robot. De pronto, el momento de lavarse los dientes dejó de ser una pelea para convertirse en una aventura. “Papá, ¡hoy vamos a rescatar a la muela del fondo!”, me decía con emoción.
No hay que ser un gran cuentacuentos, basta con un poco de imaginación y muchas ganas de conectar con él. Si ellos entienden el porqué de las cosas, todo fluye mejor.
Películas y dibujos que ayudan
Descubrí que había algunos vídeos en internet bastante chulos sobre higiene bucal para peques. Algunos eran canciones pegadizas, otros dibujos animados con historias. No todos valen la pena, eso sí, porque muchos solo quieren vender cepillos carísimos o cosas raras, pero si te tomas un rato en buscar, hay materiales muy útiles.
Le puse un par de canciones para cepillarse los dientes que duran justo dos minutos, y eso nos ayudó a calcular el tiempo sin que fuera aburrido. Él cantaba y se cepillaba, y yo aprovechaba para cepillarme a su lado, porque ya descubrí que cuando los niños ven que tú también haces algo, se animan mucho más.
Y ojo, que ver una peli donde un personaje pierde un diente por no lavárselo bien también tiene su efecto. El mensaje entra solo.
Hacer del dentista un lugar agradable
Una de las cosas que más miedo me daba era llevarlo al dentista. Yo de pequeño lo pasaba fatal. Ese olor a clínica, los ruidos de las máquinas, el ambiente serio… Así que decidí buscar una clínica infantil donde todo estuviera pensado para los niños. Y encontré una que parecía una sala de juegos. Así que me informé con varias, entre ellas con Gold Care Dental Alcorcón, odontopediatría con amplia experiencia, para saber cómo proceder y cómo ayudarle mejor.
El primer día, fuimos solo a saludar, sin revisión ni nada. La dentista fue majísima. Le enseñó cómo funcionan los instrumentos, le dejó tocar un espejito, le explicó que los dientes se ponían tristes si no se cuidaban. Salió encantado.
Después de un par de visitas así, ya no le daba miedo. Y lo mejor: empezó a ver a la dentista como una aliada, no como alguien que venía a regañar.
Si tienes la oportunidad, busca un sitio así. No todos son iguales, pero los que están especializados en niños tienen mucha más mano y paciencia.
Poner normas claras, pero con sentido
A medida que fuimos avanzando, vi que no bastaba con hacerlo divertido. También tenía que marcar rutinas y límites. En casa, después de cenar no se come nada más, y toca lavarse los dientes. Al principio había protestas, claro. Pero poco a poco se acostumbró.
No soy de esos padres que lo castigan todo. Prefiero explicar las cosas con lógica, aunque tenga que repetirlas mil veces. Cuando me preguntó por qué era tan importante lavarse los dientes, le enseñé una foto de una caries (no muy fea, tampoco era plan de traumatizarlo). “¿Ves eso negro? Eso pasa cuando los dientes no se lavan y los bichitos del azúcar ganan”. Se quedó callado. “Y si duele mucho, hay que ir al dentista para que los arregle con una aguja”, le dije con cuidado. Desde ese día, se lava los dientes con mucho más interés.
No hace falta asustar, pero sí ser sinceros.
Incluirlo en todas las decisiones que tengas que tomar
Otro truco que me funcionó fue hacerlo participar en todo el proceso. Un sábado fuimos juntos a comprar su nuevo cepillo de dientes. Eligió uno con un dinosaurio azul. Después, escogió una pasta con sabor a fresa. También se encaprichó con un vasito de plástico con dibujos de coches para enjuagarse.
Al llegar a casa, colocamos todo en su rincón del baño. Lo decoramos con pegatinas y lo llamamos “la base secreta de limpieza dental”. No sé si fue el nombre o las pegatinas, pero desde entonces no se le olvida ni una sola noche.
Cuando los niños sienten que forman parte de las decisiones, se implican mucho más. No son soldados, son personitas con opiniones.
Premios que no sean golosinas
En un principio, cometí el error de premiarlo con galletas cuando se lavaba bien los dientes. Sí, ya lo sé, fue una tontería. Luego entendí que no tenía mucho sentido: cuidas tus dientes para luego llenarlos de azúcar. Así que cambié el sistema.
Ahora usamos una especie de calendario con pegatinas. Cada vez que se lava los dientes sin quejarse y durante los dos minutos completos, pone una pegatina. Cuando completa una semana entera, elige algo que le guste: una salida al parque especial, un capítulo más de su serie favorita, una historia inventada por mí con final sorpresa…
Es una manera de motivarlo sin caer en premios que van en contra de lo que queremos conseguir.
No todo es perfecto (y está bien que así sea)
Hay días en los que todo fluye: se lava los dientes sin quejarse, se pone el pijama solo y hasta me pide que le lea dos cuentos. Pero también hay días en los que se encierra en el baño, pone la pasta de dientes en la pared, y acaba llorando porque “no quiere que el dragón del cepillo le haga cosquillas”.
Y sí, a veces me frustro. Pero he aprendido a no exigirme ser perfecto. Hago lo que puedo. Le doy amor, atención, y trato de enseñarle lo que es importante, aunque no siempre me salga bien. Ser padre es difícil. Hay noches que me acuesto agotado, sin haber tenido ni cinco minutos para mí. Pero luego lo escucho dormir tranquilo, y pienso que merece la pena.
Lo del cuidado bucodental puede parecer un detalle pequeño, pero enseña muchas cosas más: responsabilidad, rutina, respeto por el propio cuerpo.
Y aunque ahora no lo entienda del todo, sé que el día de mañana lo valorará.
La paciencia y la imaginación lo son todo
No hay fórmula mágica. Cada niño es diferente, y cada familia también. Pero si algo he aprendido en este tiempo es que la paciencia y la imaginación son tus mejores aliados. Forzar nunca sirve. Convertirlo en algo divertido y cercano, sí.
No pasa nada si hay días que no sale perfecto. Lo importante es insistir con cariño, estar presente, y dar el ejemplo. Si te ve cuidarte, entenderá que eso también forma parte de quererse a uno mismo.
Y al final, aunque no siempre sea fácil, también es bonito. Porque enseñarle a cuidar sus dientes es, en el fondo, una forma más de decirle: estoy aquí, y me importa tu bienestar. Y eso, cuando eres un niño de cinco años que se ha quedado solo con papá, vale más que mil cepillos con luces.


